viernes, 8 de junio de 2007

CHARLEMOS SOBRE LITERATURA

¿Debe, la Literatura, ser considerada seria? ¿Para tomar en serio a un escritor, debe éste ser serio? Y ya presentadas las dos preguntas que han estado comiéndose mis neuronas estas dos últimas semanas remato con una tercera pregunta: ¿qué significa ser serio?
Según el Diccionario de la Real Academia, serio es un adjetivo con el cual se denomina todo aquello real, verdadero y sincero, sin engaño o burla, doblez o disimulo. Una vez puntualizado esto llego a la conclusión de que la Literatura no necesariamente debe considerarse a sí misma seria, al igual que un autor no debe, necesariamente, considerarse serio. Sin embargo, mi conflicto va más allá de esto. Como estudiante de Literatura, como lectora, ¿cuál debe ser mi postura? Es éste mi punto de partida para reflexionar sobre mis experiencias literarias.
Mis primeras lecturas fueron los cuentos de hadas. Supongo que todos los iniciados en el arte de leer empezamos por ahí. Brincar a las novelas fue natural, tomando en cuenta el hecho de que mi madre leía mucho y que mi padre estaba dispuesto a comprar cuanto libro le solicitara. Hasta mi adolescencia, me recreé en las novelas de aventuras: piratas, mosqueteros, soldados, criminales fueron mis mejores amigos. Todos ellos protagonistas de narrativas de los siglos XVIII y XIX. La mayoría ingleses y franceses, algunos españoles, muy pocos mexicanos, ningún centro o sudamericano.
La ignorancia que hasta 1998 tuve sobre autores contemporáneos se la debo a mi madre; sé que son palabras duras pero las razones sobran. Mi madre me dijo en una ocasión que las novelas “nuevas” no eran muy agradables. Para probar su punto me regaló un ejemplo: los autores contemporáneos presentan un lenguaje vulgar y situaciones inapropiadas, por ejemplo, García Márquez que en su novela “Cien años de soledad” retrata a un hombre orinando, pero no se limita a eso, sino que describe el miembro masculino. Gracias a esta conversación, cada vez que leo algo donde se insinúan desnudeces no puedo evitar recordar a mi madre y soltar la risa.
98 – 99 fue mi último año de preparatoria y en el cual, por fin, me "enseñaron" Literatura. Como libro de texto, el Colegio de Bachilleres nos regaló un pequeño manual de Literatura Hispanoamericana. En él, presentaban una recopilación de los textos más importantes del siglo XX. Eran meros fragmentos pero me transportaron a un mundo diferente. De esta época, nunca olvidaré la mortificación que me causó tener que leer en voz alta ante mis compañeros un pasaje de Julio Cortázar, en el que tenía que mencionar a “unas putonas vestidas con pieles de zorro”. Devoré ese pequeño manual, y me asombré al descubrir (en contra de las enseñanzas de mi madre) que incluso en lo vulgar se puede encontrar belleza. Cuando llegué a la Autónoma, decidida a estudiar la Lic. en Lengua y Literatura Hispánicas, traía conmigo un desorden de conocimientos. Mis profesores y mis compañeros me ayudaron a ordenar un poco mis archivos cerebrales.
Retomando las preguntas iniciales, debo a ellos observar seriamente la Literatura. Incluso en lo vulgar, en lo bajo, en lo escatológico, en lo desagradable, en el chiste barato, la seriedad sobre la materia debe predominar. Para mí es una gran ofensa cuando autodenominados escritores se toman tan a la ligera su trabajo. Cuando se ocultan detrás del sarcasmo y del chiste marca Teidiotiza o TVapesta como medida desesperada para no aceptar su falta de talento. Y al mismo tiempo, esta forma de pensar me produce remordimientos. Creo que al exigir seriedad a un escritor, es limitarlo en lo que puede o debe escribir. Entonces, ¿cómo equilibrarlo? Tengo dos semanas preguntándomelo. Si bien una vez me tomé la literatura a la ligera, en los últimos cinco años aprendí a tomarla en serio.
Necesito un justo medio porque mis estudios en lugar de abrirme a un horizonte de posibilidades me encerraron en un canon. Canon según el cual, debo leer sólo aquello “políticamente correcto”. Hay libros que me avergüenza comprar en público, y todo porque a lo largo de mi carrera aprendí que sólo debo leer y disfrutar aquel libro que los críticos y teóricos consideran bueno. Como consecuencia, mis lecturas se han limitado a sólo unos cuantos nombres, de tal forma que cada vez que voy a una librería no me arriesgo a invertir en un autor desconocido. Y pensar que en alguna ocasión leí a Corín Tellado.
En fin, sólo intento exorcizar mis demonios, pero estos se niegan a abandonarme, y castigan mi osadía elevando a la décima potencia cada una de mis angustias (inseguridades) literarias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mi juicio, el hecho de que ahora seas literata profesional, y te encuentres embarbascada en el orden de ideas que manifiestas, prueba ROTUNDAMENTE la magnífica dirección que te dio, al principio, tu madre... lo que sigue, es TU BRONCA...